Siempre me he sentido extraña. Observo a las personas y jamás me he sentido igual a ellas. Incluso he llegado a pensar que algo anda mal con migo, que debe haber algún virus extraño en mi mente o que algo se devora mi alma, y que es por eso que no puedo divertirme con alcohol cada jueves por la noche, o pasarme toda la noche del sábado en un antro para después salir impregnada de tabaco. No recordar absolutamente nada después de ese vaso de tequila y más sin embargo, publicar en la red social “Wow, que noche!”
Tal vez, en verdad algo ande mal con migo, quizá debí morir antes de cumplir los 15, en aquel accidente en la escuela cuando por alguna razón rompí los cristales del salón y me corte el brazo derecho. Cristales llenos de sangre saltaron por todas partes, yo solo me quede ahí, inmóvil, me tomo unos segundos darme cuenta de lo que estaba pasando. Mi brazo casi se había partido en dos, si es que a esa extraña masa de carne que veía se le podía llamar brazo. La sangre brotaba y brotaba, hasta dejarme parada en un charco de sangre. Yo no me movía, no sentía ningún dolor. En realidad tampoco podía ver ni escuchar nada. Fue en ese momento cuando algo o alguien empezó a sacudirme mientras me tomaba de los hombros.
Entonces, grite y empecé a sentir el dolor, el miedo. Nunca he vuelto a sufrir tanto como ese día.
Quizá, ese día yo debía morir. Tal vez, ya estoy muerta.